Una tarde cualquiera de 2004, andaba yo por ahí revoloteando mis incipientes alas de mariposa literata, iniciando la ruta del estudio de las letras, de leer y de leer porque hay que leer mucho para pensar y para decir y para crecer.
Eran tiempos de conocer escritores; como si fueran citas románticas, íntimos encuentros de las más diversas características: El Quijote, El Cid Campeador, Dostoievski, Calixto y Melibea, entre muchos otros, que, confieso sin soberbia posible, no he leído debidamente o he dejado de leer. Entre esos encuentros en los que se producía (y se produce en quien asiste) tanta cosa inexplicable, en la que hay tanto que aprender para poder, justamente, explicar, estuve, frente a frente, con Rubén Darío. Procurando conocer y comprender los trenes cosmopolitas de su "modernismo", imaginándome torres de marfil, valorando su talento para haber hecho volar, como lo hizo, a la lengua española de entonces.
En una tarde cualquiera en que feliz, leía e intentaba comprender, sabiendo que afuera cierta parte del mundo una y otra vez no comprendía qué hace el que no inventa computadoras o no cura, o no construye casas, en esa tardecita sin alardes, y tal vez "azul", yo alumbraba preguntas desde sus poemas.Y como para ensayar una respuesta que quién sabe si algún día iba a tener, pude balbucear, quizás ésta... ésta tontería. Tontería del que cree en el alma de la historia, del que se abraza a todo aquello que se dijo y a lo que se haya podido callar, para revisar y crecer, para leer y pensar, y alimentar con esa simiente grandiosa pero tan prudente, lo único que no podemos hacer funcionar como una máquina: el espíritu humano.
He aprendido que de lo que hay que estar orgullosos no es de saber todas las respuestas, sino de abrir la mente a todas las preguntas. Sólo así, sostengo, se puede caminar de la mano del conocimiento sin dejar de transitar el mundo. Un mundo al que no le sirven libros"cerrados", sino libros "abiertos".
"Yo persigo..." tantos versos... (A Rubén Darío)
¿Cómo he de saber cuál era la forma
Que tú perseguías sin hallar tu estilo?
¿Cómo comprender al Gran cisne blanco,
Y por qué imposible tu Venus de Milo?
¿Cómo es que le hallaste el ave a la luna?
¿Cómo fecundaste a tu bella durmiente?
¿Cómo le inventaste a ella una ventana?
¿Qué he de interpretar? ¿Tus versos me mienten?
Sé que no lo hacen; es letra sincera
En la que envolviste tu ilusión, tu vida.
Sin embargo el hombre hará lo que quiera
Con el esqueleto de tu poesía.
Lo hará con la mía, y con la de otros,
Porque nadie sabe ni habrá de saber,
Dónde está el reposo, en qué lecho hermoso
Descansan las letras antes de nacer.
Yo sé que los versos, distinto es que dicen,
Si los lee éste, si los lee aquel.
Por eso hoy escribo que la poesía,
No es sino el poeta, sobre su papel.
Luciérnaga (a mis 24 años)